jueves, 24 de mayo de 2007

Contención, potencia

Es curioso.
Si pensamos en el pasado, en la historia secreta de nuestro cuerpo, en la historia secreta de todos los cuerpos, podemos recorrer perfectamente un camino miniaturizante, desconcertantemente minimalista, que nos comprime y condensa hasta convertir la verdad de esa historia en potencia.

Examinemos pues una pequeña semilla.
A simple vista no es más que un objeto, la mayoría de las veces diminuto y poco llamativo a nuestros ojos, que nos pasaría desapercibido si no fuera porque tiene una cualidad de encontrarse siempre dentro de alguna fruta deliciosa, o ser delicioso por él mismo.
Dejemos de lado el tema gastronómico y la afición de las semillas por dejarnos restos entre los dientes y centrémonos en el apartado que nos interesa: la contención, la espera...

Lo encuentro maravilloso en su simpleza. ¿Cuantos años lleva sucediendo algo así? ¿en cuantos lugares? Desde la estación se ve la superficie del planeta, su presencia constante me recuerda lo inquieto del principio, lo sobrecogedor del primer estallido de vida.
Cuando llegué los troncos secos se alzaban en las avenidas como mudos vigías, como columnas retorcidas de formas fantasiosas. La experiencia me ha enseñado que aun guardan savia en su interior lista para el despertar de la vida cuando llega la nueva estación, pero siempre me sorprendo pensando que quizás este año no lo logren, que quizás este año hizo demasiado frío y se heló, que el árbol es viejo, que se agota como nosotros, sólo que transcurre más lentamente...
Y la mayoría me sorprenden con la explosión de color verde, con su olor penetrante a clorofila, con los reflejos del sol sobre sus nuevas hojas. Siempre despiertan en mí una sonrisa.
Ahora mismo asoman por la ventana, agitándose con la caricia del viento, bebiendo de la lluvia como niños. Crecen tan rápido...

Algo grandioso nacido de una semilla diminuta.
De pequeña me gustaba imaginar un árbol en miniatura en su interior, como si de un feto se tratara, perfectamente formado en su pequeña forma. Lo imaginaba como una esponja, creciendo con el agua, cogiendo de la tierra el material para alargar su forma.
Pensaba que su interior era igual al mío, salvando la diferencia de color (mi interior predominanemente rojo, el suyo verde). La sangre nunca me ha gustado y deseaba convertirme en árbol algún día para conseguir escapar de la tonalidad de la muerte.
Referente a este punto; recientemente he leído un libro en el cual aparece una raza alienígena que vive una 3ª vida convertida en árbol. Árboles susurrantes...

Muy hermoso!

Si yo fuera pequenina... pero los humanos no pueden alcanzar la tercera vida, de momento.

En fin, ayer decidí que plantaría un pequeño jardín en mi galería. Los arces japoneses serán perfectos. Los mimaré, desearé que crezcan sanos y fuertes y que sobrevivan al invierno.
Ya os contaré qué tal me va, de momento voy a charlar con la jardinera un ratillo!

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