viernes, 22 de junio de 2007

Viernes a través del espejo

Sumarse al río de gente de las mañanas es curioso. Las mentes medio dormidas, manteniéndose a la expectativa del día, asombradas de realizar una vez más el esfuerzo de dejar de soñar para dedicar su tiempo a otros (a sus jefes, si los tienen, a sus familias, a sus enfermos, a sus muertos, ...).
Abandonar en modo pausa la vida íntima del hogar y sus lugares llenos de placer y silencio buscado en pro del silencio tenso e impuesto de vagón compartido con otros cien, del espacio comprendido entre un cuerpo cargado de olores y polvo y el propio, enfundado en un abrigo a guisa de aislante y conservante de los aromas cultivados con cura en un mundo particular.

Al principio cuesta y sorprende, luego puede gustar...

Un placer olvidado y algo obsceno ha sido el retomar el consumo de café. El olor sólo agradable en nuestro pensamiento lujurioso de acción. Esas manos temblorosas y sudorosas que anhelan agarrarse con fuerza a un recuerdo químico, a un aroma que les dé seguridad; ese vibrar de los colores repartidos en rápidas miradas continuamente deslumbradas; el peso en el estómago, certero, constantemente presente; el vacío del efecto finalizado y la necesidad de volver a tomar más... total: una yonquie del café, en eso me he convertido.

(...)

El viernes se sumerge en la expectativa de un par de días regalados... lo noto. Las horas pasan lentamente.
Me siento reptar como una oruga sobre la mesa de cristal, patinando por las marcas de mis dedos.

(...)

Ha pasado algún tiempo desde que escribí esas líneas, el tiempo suficiente para que el calor haga acto de presencia y ya no se pueda llevar abrigo (aunque lo hecho de menos, me siento desprotejida y vulnerable sin más capas de aislante que una camiseta; lo que peor llevo es el tema de las sandalias... tan cerca del suelo que puedo notar la temperatura que alcanza, la lluvia como salpica, el roce de otros zapatos).
La ciudad se ha sumergido en la humedad del puerto. A veces da la sensación de que nado hasta la boca del Submundo y luego me adentro en sus aguas turbias hasta la sima donde me espera el andén.
Volver a casa y al calor seco se convierte en una prioridad capaz de darte fuerzas incluso bajo los efectos consumistas de las novedades del fnac.
"no hay nada como estar en casa"
"no hay nada como estar en casa"
"no hay nada como estar en casa"
...
no me ha funcionado nunca, pero no pierdo la esperanza y sigo haciendo chocar los talones entre sí mientras cierro con fuerza los ojos. Quizás si Porthos estuviera conmigo... claro que el asfalto no tiene mucha pinta de caminito de baldosas amarillas.

No hay animal ni lugar que no sea creado por el hombre que pueda compararse a la Ciudad.
Es curiosa la forma en que me atrae y me causa repulsión al mismo tiempo... Crece alimentándose de su propia podredumbre mientras se transforma en algo bello y cargado de símbolos. Sus altas torres desafían a los dioses que habitan en el cielo amenazando con ensartar en sus agujas al primer incauto que caiga sobre ellas. La bruma, mezcla de la polución de un millar de chimeneas y de la brisa del mar, se arrulla en los portales y callejones.

... cuando ya no haya hombres sobre la tierra, habitando en sus ciudades... ¿serán herederas las palomas?
...
... creo que lo sospechan y creo que están ansiosas de que ocurra, por eso se muestran siempre vigilantes e inquietas.
Y el Submundo... ¿será de las ratas?
El Submundo aun causa más atracción sobre mí. Siempre que entro siento la necesidad instintiva de dejar que los pasos me guíen entre las cámaras, a través de los túneles, cruzando los grandes pabellones...
Cuando no hay nadie a mi alrededor aun se hace más tentador. Entonces es fácil olvidar que te rodean cerca de tres millones de personas... ¿distinguirá mi aiúa a aquellos a los que estoy unida?
...
Las gaviotas se quedarán el mar.

(...)
(... a casa, dentro de poco volveré a casa...).

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